Antes de mirar atrás, conviene recordar que cada etapa de la vida también es una oportunidad para reconciliarnos con lo vivido y resignificarlo con esperanza. La memoria, aun frágil y cambiante, tiene la virtud de iluminarnos cuando la usamos como puente y no como carga. En tiempos donde el presente suele ir de prisa, detenernos a evocar puede ser un acto de optimismo: volver a sentir, agradecer y descubrir que, pese a todo, siempre hay razones para celebrar lo que fuimos y confiar en lo que aún está por venir.
Por esto, a la construcción de etapas en el ámbito de nuestra vida podemos darle buenas bases o espurias esperanzas, esto porque la memoria es muy frágil; es decir, se distorsiona con el tiempo, se mezcla con emociones y puede crear recuerdos falsos. Dicho de otra forma, no es un archivo fiel: es una reconstrucción continua. Todo dependerá de cómo asumimos las reminiscencias y qué tanto nos afectan para nuestro futuro, pero basta que una cadena de hechos suceda para que ese baúl de remembranzas salga y ejecute un sinnúmero de alegrías, tristezas, nostalgias; en fin, muchas razones para la evocación, sobre todo en época decembrina, porque desde chicos atesoramos tantas situaciones o anécdotas vividas con nuestros padres, hermanos, primos, vecinos, etc.
Debido a esto, mi querido lector, voy a abrir mi arcón de recuerdos para exponer parte de su contenido, esperando lograr sacar de su memoria esas vivencias; y si consigo que usted reviva algo bueno de su pasado, me sentiré satisfecho.

¿Y tú qué recuerdas? Pues yo recuerdo las cartas al Niño Jesús, pidiendo cuanta cosa veía en la publicidad televisiva y que, al final, no traía nada parecido. Pero niño al fin, con solo tener un juguete nuevo se te olvidaba todo lo que habías pedido.
¿Y tú qué recuerdas? Pues yo recuerdo enterarme del Niño Jesús y su verdadera identidad justo cuando una de mis hermanas, sin piedad alguna, me soltó el chisme en pleno acto de fe infantil, exactamente en el momento en que yo estaba pidiendo un tren eléctrico. Qué manera tan cruel de descarrilar una ilusión ferroviaria. Por supuesto, no hubo tren… ni chuuuuuuuuuuuuuu, chuuuuuuuuuuuuuuuuuu.
¿Y tú qué recuerdas? Pues yo recuerdo que en mi cumpleaños nunca me tocaba regalo, porque “ya me lo habían dado el 24 de diciembre”. Como cumplo a principios de enero, me aplicaban ese famoso combo navideño-cumpleañero. Cómo me jod!”#$&/… con esa fecha de nacido.
¿Y tú qué recuerdas? Pues yo recuerdo aquellos viajes a la isla de Margarita, estado Nueva Esparta, en Venezuela, para comprar los estrenos de diciembre. Al principio salíamos todos juntos de compras, en plan familia organizada. Años después, la cosa evolucionó: a cada quien le daban su dinero y nos soltaban en el Boulevard Guevara como quien libera palomas, para que cada uno comprara lo que quisiera… y regresara con vida.

¿Y tú qué recuerdas? Pues yo recuerdo la primera vez que patiné; yo por lo menos no me caí tanto. Pero una de mis hermanas, apenas saliendo de su habitación y “aprendiendo” a patinar, se dio tremendo golpe y quedó tirada en el piso como muñeca desarmada. Por supuesto, lo que se soltó fue risa… de todo el mundo, menos de ella.
¿Y tú qué recuerdas? Pues yo recuerdo la música navideña, esos aguinaldos que colocaba por sus parlantes la Iglesia Santa Lucía. Se escuchaban en toda la urbanización Boyacá todas las tardes, desde el primero de diciembre, sin falta. Qué sabroso era sentir el espíritu navideño de esa manera… ojalá hoy en día lo esté haciendo.
¿Y tú qué recuerdas? Pues yo recuerdo el lechón que traía un compadre en diciembre… y lo confieso: yo disfrutaba tanto cocinándolo que la fiesta pasaba a segundo plano.
¿Y tú qué recuerdas? Pues yo recuerdo que, a principios de diciembre, me pasaba todo el sábado descansando “prepararando el cuerpo” para el gran amanecer gaitero: muchos grupos de este género musical desde las siete de la noche hasta las diez de la mañana del día siguiente. Un verdadero disfrute… con muchos amigos y cero horas de sueño.
¿Y tú qué recuerdas? Pues yo recuerdo cuando la noche del veinticuatro de diciembre, después de la medianoche, salíamos en grupo a las discotecas para disfrutar toda la madrugada… hasta que amanecía.
¿Y tú qué recuerdas? Pues yo recuerdo la música de mi vecino, con tremendas rancheras, disfrutando de su familia y de unas buenas cervezas.
¿Y tú qué recuerdas? Pues yo recuerdo el gran pasticho —¡muy bueno le quedaba!— que hacía mi mamá como cena de fin de año, rompiendo en varias ocasiones la tradición del plato navideño venezolano.
¿Y tú qué recuerdas? Pues yo recuerdo cuando partía el año y todos los vecinos cercanos a nuestro hogar se acercaban para un gran brindis, escuchando los deseos de cada quien para el nuevo año.
¿Y tú qué recuerdas? Pues yo recuerdo reunirnos en familia para colocar y adornar el arbolito de Navidad. Cada quien tenía una misión —algunos muy comprometidos y otros solo opinando—, pero lo más importante era la alegría de los niños viendo cómo su árbol, poco a poco, iba creciendo en adornos, luces… y emoción.
¿Y tú qué recuerdas? Pues yo recuerdo ver a mis sobrinos e hijos abrir los regalos del Niño Jesús. Esas sonrisas —auténticas, desordenadas y sin manual de instrucciones— son el más bello espíritu navideño que he logrado ver.

¿Y tú qué recuerdas? Pues yo recuerdo escuchar en familia el poema de Andrés Eloy Blanco, “Las uvas del tiempo”, por la emisora Ondas Porteñas 640 AM, mientras esperábamos las doce campanadas.
¿Y tú qué recuerdas? Pues yo recuerdo prepararnos para salir en familia, después de la medianoche del 31 de diciembre, a la fiesta de fin de año en el Hotel Meliá de Puerto La Cruz, a bailar con las grandes orquestas. Y, además, al salir casi de amanecido, ver a una prima —ya pasadita de tragos— llevándose por el medio todos los avisos del estacionamiento, como si fueran parte del show.
¿Y tú qué recuerdas? Pues yo recuerdo que, en la empresa donde trabajaba, inventamos desde el primero de diciembre que, al terminar la jornada, había que comprar una botella de ron Barrilito. Lo que no sabíamos era que el papá de mi jefe, en silencio y con espíritu científico, había ido guardando todas las botellas vacías en la parte de atrás de la oficina. Un día nos llamó para que viéramos el resultado del experimento: hasta el 23 de diciembre iban 34 botellas.
Pero lo más cumbre fue una de esas noches. Mi jefe y yo estábamos conversando tranquilamente cuando empezamos a escuchar un sonido eterno: piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii. Venía de la oficina de al lado. Fuimos a investigar y descubrimos que un compañero, ya pasado de tragos, se había quedado profundamente dormido… con la cabeza apoyada sobre el teclado de la computadora.
¿Y tú qué recuerdas? Pues yo recuerdo los cilindros donde poníamos las cervezas a enfriar para las noches de Navidad y Año Nuevo, y el sancocho que cuadrábamos para disfrutar entre vecinos, familia y amigos.
¿Y tú qué recuerdas? Pues yo recuerdo ver a mi papá y a un tío con una bola de jamón planchado, picándola poco a poco mientras repetían la frase: “hay que emparejar, compadre”. Con ese método infalible lograban comerse casi toda la bola de jamón, por supuesto, bien acompañados de una buena botella de escocés.
Ciertamente estas vivencias son solo algunas, pero bastan para recordarnos que la Navidad no se mide por riquezas ni por lo que hay debajo del árbol, sino por la unión de la familia, la risa compartida y la capacidad de estar juntos para disfrutar, con sencillez y esperanza, una buena época navideña.
Por último, coloco un extracto del poema Las uvas del tiempo:
Madre, esta noche se nos muere un año;
todos estos señores tienen su madre cerca,
y al lado mío mi tristeza muda
tiene el dolor de una muchacha muerta…
Y vino toda la acidez del mundo
a destilar sus doce gotas trémulas,
cuando cayeron sobre mi silencio
las doce uvas de la Noche Vieja.
Feliz fraterno abrazo navideño y Año Nuevo 2026 para todos.
Nos vemos en enero, si Dios quiere.
Corrector de estilo: Licenciada: Milenka Mancilla Velásquez

