Todos los días hay que escoger entre dos o más alternativas, bien sea de ropa, comida o calzado. Pero la dinámica actual nos ha llevado incluso a elegir qué noticia ver según nuestro estado de ánimo. Hay tanta variedad, y nuestro sentido común nos traiciona tanto, que a veces nos impide acertar en la selección más acorde con la realidad.
De otro modo, si lo vemos bien, hoy —si estás de ánimo divergente— buscas noticias que te confundan. Por ejemplo: “Mañana no habrá ataque a Venezuela por parte de Estados Unidos, pero amanecerá y veremos”. O, si estás con ánimo convergente, vas con esta: “Venezuela le va a plantear una batalla larga y épica a Estados Unidos, pero no sabemos hasta cuándo”. De eso tenemos para escoger. Con tanto influencer (tiktokers, instagrameros, youtubers, etc.) no queda de otra: respira profundo y de tin marín de do pingüé, cúcara mácara títere fue, yo no fui, fue Teté, pégale, pégale, que él fue.

Dentro de este orden de ideas, hoy muchos se consideran conocedores de todo y expertos en armas, guerra y geopolítica. Buscan invitados para ampliar las expectativas a favor del bando que les convenga según su monetización, haciendo ver cuál facción es capaz de causar más daño. Todo esto al amparo de Internet y, por supuesto, buscando los likes, porque eso es lo que importa.
En este mismo contexto, los usuarios creen ciegamente en estos “expertos”, como si tuvieran una línea directa con la Oficina Oval o Miraflores (despacho formal del presidente de Estados Unidos y Venezuela respectivamente) para tener la noticia caliente y corroborada. A título ilustrativo, recuerdo que en periodismo hay una conseja: “No creas todo lo que ves y solo la mitad de lo que te dicen”. Imaginen: si solo creemos esa mitad, es para morir de ansiedad.
De tal modo, amigos lectores, tampoco les digo que no se informen o lean; para nada. Al contrario: sean críticos, busquen lo que les resulte agradable según el talante, pero háganlo con pensamiento crítico, que permita tener una clara certeza de las posibilidades de cualquier escenario.
Desde la perspectiva más general, no tengo nada en contra de quien se dedica al rubro de la información y opinión en las distintas plataformas digitales. Los hay bien profesionales y responsables. Pero pareciera que, si tienes esas características, no monetizas mucho, porque tal parece que el creador de más sensación y expectativa es quien logra más visitas.

Cabe considerar, por otra parte, que hay quienes son conocidos por pertenecer a un bando y hacen creer que se pasaron al otro con tal de obtener más seguidores. Además, muchos de estos seudo-opinadores criticaban a los canales de televisión por hacer lo que fuera con tal de conseguir el ansiado rating, y ahora hacen lo mismo; como es para su beneficio, no hay escrúpulos.
Dicho de otro modo: los influencers tienen capacidad para movilizar audiencias, especialmente jóvenes, mediante un discurso que combina comunicación cercana y repetitiva con una apariencia de autenticidad y transparencia. Sin embargo, a menudo carecen de rigor analítico y tienden a reproducir narrativas simplificadas o sesgadas, a veces alineadas con determinadas agendas políticas o económicas. Además, suelen criticar a los medios tradicionales, posicionándose como voces alternativas independientes, aunque en realidad pueden estar manipulando la opinión pública y desplazando el debate crítico. Su popularidad se sostiene en estrategias propias del entretenimiento, lo que facilita la construcción de una marca personal y una comunidad fiel, aunque muchas veces contribuyen a la desinformación y a la polarización política.
En fin, la noticia será siempre lo que se antepone al usuario, y la opinión, lo que la condiciona. Pero ¿a qué costo? Toca ser más conscientes de lo que consumimos como usuarios y dejar de ser mascotas de los influencers.
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