No hay una sola manera de conquistar a Dina Boluarte. Por ejemplo, en este momento, en su pequeño entorno decisorio, en su ‘kitchen cabinet’, hay dos personalidades opuestas, Eduardo Arana y Morgan Quero, yin y yang. El yin -el polo sobrio, pasivo, insondable- es el ministro de Justicia Arana. Según mis fuentes, está muy cerca de la presidenta, pero en público su respaldo es actitud minimalista y zen, sin adulación. Cuando tiene que defenderla, suele exhibir una pequeña, casi imperceptible mueca de disgusto en la comisura de los labios, que no se sabe si es ante el periodista que le pregunta por Dina o ante sí mismo por la tarea que le cabe.
Arana es como el abogado en el juicio de la lideresa. Mientras el coro de los leales se rasgan las vestiduras y gimotean su respaldo incondicional a la jefa encabritada, él es el único que puede decirle ‘esto sí, esto no’, gozando de su atención. Arana se ganó el apelativo de ‘premier en la sombra’, validado públicamente por el expremier Alberto Otárola, una fuente autorizada. Otárola solo convivió 5 meses con Arana en el gabinete; pero conversé con alguien que tuvo el fajín una temporada más y me dijo, sin dudarlo: “es el premier en la sombra, es inteligente y si no lo ves adulando a la presidenta es porque ha sabido marcar su espacio, sus maneras”. Es cierto que lo ayuda su función de Minjus que es, precisamente, la de una suerte de abogado del poder presidencial; pero su personalidad yin es clave para lograr sus objetivos sin pecar de franelero.
Nota sobre Otárola y su sucesor Gustavo Adrianzén: no era ni adulón ni distante con Dina mientras presidió la PCM (ahora mete cuchillo si lo maltratan). Tiene una notoria diferencia con Adrianzén. Alberto impuso su experiencia política y su aplomo en la primera mitad del gobierno de Dina, al punto que llegó a apantallarla. No era ‘premier en la sombra’ sino auténtico premier haciendo sombra a la presidenta. Gustavo, en cambio, nunca desborda su posición de segundón ni interfiere en el camino de los ministros que se acercan a adularla o, como el recientemente censurado Juan José Santiváñez, a abrazarla. Uno podría pensar que ‘Juanjo el intenso’ se pasó de confianzudo con esas sobaditas a la paletilla presidencial, pero ella le correspondía con palmaditas en sus omóplatos. No hay nada sexy en esto, no se confundan, es un asexuado ritual del primer matriarcado presidencialista peruano. Adrianzén también se somete a él sin chistar ni trastabillar en las entrevistas donde hace inevitablemente de escudero; aunque muestra su fastidio de forma mucho más perceptible que el leve rictus de Arana, frunce el ceño como un acordeón.
Morgan Quero es el yang -el polo expansivo, abierto, elocuente-, una suerte de ideólogo querendón de la figura presidencial, el que más fuerte gritó, ¡golpe blanco!, cuando el asunto de la cirugía se puso urticante. Probablemente, fue él quien sugirió utilizar la teoría del estrangulamiento jurídico mediático de un presidente, inspirado en el concepto ‘soft coup’ de Gene Sharp. No es un mero adulón o ayayero, eso sería minimizar su rol en el ‘dinismo’ o ‘boluartismo’ si tal cosa existe y pasa a la historia.
Quero quiere a Dina de veras, lo dice y lo ha demostrado desde que fue su jefe de gabinete de asesores en el Midis. No insinúo una relación sentimental para nada; sino una verdadera admiración por su lideresa, de esas que ya no se ven en el Perú, con la excepción, tal vez, de algunos fujimoristas por Keiko. Una de las razones de la querencia de Morgan por Dina es que se trata de un politólogo que ha estudiado la naturaleza del poder y, una vez en el Estado, se apasionó con la primera concreción de un liderazgo nacional al que le tocó servir. Precario, limitadísimo, frívolo, inescrupuloso; pero es lo que le tocó, es lo que hay.