Por las noches, La Tigresa del Oriente se sienta frente al espejo. Uno a uno, va retirando los elementos que dan forma al personaje: la base, el maquillaje, las pestañas postizas. Luego el labial rojo, las garras y el traje de animal print. Al final, se asoma Judith Bustos, la mujer que durante más de veinte años logró mantenerse en escena y se convirtió en figura de culto digital cuando YouTube aún era territorio por conquistar.
“Ya no quiero saber nada de YouTube. Hace tres años me hackearon el Facebook, se apoderaron de mi correo y se llevaron mi cuenta. Me lamento todos los días. Lloré, me sentí mal porque tenía millones de suscriptores y vistas… todavía sigo intentando recuperarla”, menciona Judith Bustos.
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Hoy se presenta en el Teatro Berlín, en escenarios de Argentina, en bodas privadas sobre el río Nilo, en raves de México o en festivales de Colombia. Sin los ingresos por visualizaciones, esos viajes se han convertido en su principal sustento, junto con las regalías por sus composiciones, la venta de merchandising, los saludos personalizados, comerciales y videos promocionales. Fuera del Perú, recibe mayor apoyo, con un personaje que sigue convocando a cientos de oyentes dispuesto a pagar por verla.
“En el extranjero la gente me respeta, me quiere, y le gusta mi música porque me consideran una artista. Yo hago canciones y ellos disfrutan, pero no soy profeta en mi tierra. Hago más que parodias. Lo mío es cantar, mejorar cada presentación y recorrer el mundo diciendo que soy del Perú, aunque en mi país no digan mi nombre”, afirma Bustos.

Una vida de artista
A sus 79 años, la artista confecciona sus propios trajes para videoclips, reels y presentaciones. Se maquilla recordando las veces que trazó líneas similares en los rostros de Raffaella Carrà, Celia Cruz, José Luis Rodríguez o Carlos Álvarez. Se pone los tacones, entra en personaje y sale rumbo a alguna presentación, dentro o fuera del país.
En los trayectos —avión, taxi, camerinos— repasa su historia, evocando las veces en que conoció a algún famoso internacional, pero también sus inicios difíciles. “Le mintieron a mi madre diciéndole que iba a estudiar aquí, y nada de eso se cumplió. Nadie me cuidó, tuve que aprender sola lo que era bueno y lo que era malo. Ser artista es mi premio”, menciona Bustos, quien estudió cosmetología y se especializó en caracterización.

Su paso por la televisión fue inevitable: conoció a actores y actrices de distintos canales, vio estrellas emerger y otras apagarse, mientras preparaba los rostros para cuando la cámara se encendía. También escuchó con atención cuando alguien necesitaba compartir penas y alegrías.
“Recuerdo a Camucha Negrete, y las promesas que le hacían diciéndole: ‘El próximo año sale tu programa’. Y durante ese tiempo llegó a la televisión peruana una rubia, Gisela. Y en lugar de darle el programa a Camucha, se lo dieron a Gisela —dice sobre “Aló, Gisela”—. Lloraba Camucha, pero nunca dejó de ser la gran persona que era. Luego presentó su renuncia. Yo me despedí de ella así. También me hizo llorar a mí”.

Nunca es tarde
Cuando se presenta en el escenario, un elenco de bailarines la acompaña. Es un sueño que la persiguió durante años y que hoy cumple dando saltos y moviéndose en espectáculos donde se siente cómoda. Al compás de las palmas y con el público coreando su nombre, ese es ahora su reino físico, lejos de la digitalidad.
“No sé por qué dicen que no debería trabajar por ser una señora mayor. ¿Acaso alguien me va a mantener o pagar las cuentas? No. Piensan que no puedo hacerlo porque algo malo me podría pasar. Esas cosas ya las viví. Lo que hago es lo que me hace feliz”, enfatiza.

A veces, el ritmo de los conciertos y los viajes le pasa factura. “Ya no soy ninguna jovencita. Hace poco estuve delicada, internada por problemas estomacales, una intoxicación grave. Tuve que cancelar varias presentaciones, pero después de recuperarme, volví a cantar”, explica.
Durante sus conciertos, la puesta en escena es fundamental. Las luces se apagan, luego se encienden. La anuncian y ella entra con canciones como “Indigente” (versión de “Gypsy Woman”), “El baile del calamar”, “Barata y techera” y su más reciente tema, “Frazada de Tigre”, una adaptación de “Smooth Operator” de Sade, producida junto a Tito Silva.

“No son temas donde solo cambias el nombre. Hay un proceso que toma su tiempo. Nada de esto es fácil, pero lo hago para que la gente lo baile y disfrute una nueva mezcla”, explica la artista, que llegó a firmar con Warner Music para su segundo álbum y que hoy ve en este remix una oportunidad para mantenerse vigente.
Con dos presentaciones próximas en México y una invitación privada en Argentina, Judith Bustos volverá a sentarse frente al espejo para convertirse, una vez más, en la Tigresa del Oriente. “¿Quién puede decirme que me detenga, que deje de vivir el sueño de una mujer que conoció lo más bajo de la vida y que ahora vive sus mejores días?”, concluye.