Luego va a derrumbarse, sin cámaras. Pero antes, cuando alguien del comando técnico de la U grita que acabó en Ecuador y ninguna matemática los alcanza, Rodrigo Ureña sale disparado rumbo a la Centenario Alta donde están demasiado calientes unos tres mil hinchas pese a la ola polar anunciada en la TV argentina. Y Ureña salta y grita, aunque debería decir que se desahoga. Salta porque quiere llegar a dónde está su viejo, que partió hace un par de semanas y grita porque, se lo dirá a un par de compañeros en el vestuario, quiere que lo escuche.
Entonces así, el jugador que mejor representa a este Universitario bicampeón, a esta U Centenaria, empieza la celebración por el pase a octavos de Copa Libertadores. Un paso más en esta escalera que sube Universitario año a año. Un gesto más de su recuperada grandeza. Una (nueva) mala racha cortada, quince años después de la última clasificación a esta fase. Un punto notable que lo empodera, tras el 1-1 ante River Plate de Marcelo Gallardo y Franco Mastantuono.
Y antes que todos se vayan al vestuario, oculto en los brazos de Jorge Fossati, cuando la tribuna millonaria se queda vacía y la de la U parece, más que de 3 mil, 30 mil, Ureña se quiebra.
Y con él, tantísimos otros que parece lluvia.
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Tres años después, Navidad todos los días, la U es un equipo práctico, que se conoce de memoria, como si cada uno le hubiese hecho al otro una radiografía. Esa era la memoria que tenía Fossati y sospecho que por eso regresó, pero como nada es automático y los futbolistas no son robots, le costó algunos partidos encontrar el once 2025. El torneo local le sirvió de prueba para este resultado feliz en Nuñez, ese fue el costo. Ya hoy sabemos de qué juega Carabalí -extremo por izquierda, el mejor refuerzo del año-, ya hoy hay absoluta seguridad, notarial casi, de la titularidad de César Inga y ya la sospecha de hace un par de meses, aquello de que Fossati quería convertir a Jairo Concha en un volante de verdad, y alejarlo de la promesa, se ha visto esta noche: el partido de su vida en el día de su cumpleaños 26 lo jugó ante River. El gol de su vida lo hizo ante River. El hombre de su vida, su viejo, tiene una camiseta más la colección: la que silenció a River.

De los viejos, el verdadero futbolista motor de esta U se llama Martín Pérez Guedes. Él volvió y esa banda derecha volvió a ser cuchillo.
Quizá lo más discreto de la U sea su poder ofensivo. Valera es demasiado zurdo y Oreja es, pese a la tonelada en que descansa su prestigio, futbolista de un sola jugada. Diría casi de un toque: a veces es gol, a veces es contraataque rival. Entre la embestida de River, a veces con Mastantuono, a ratos con Colidio, luego con el Colibrí Borja, tuvo chispazos para contragolpear, pero primero Valera le pegó de derecha un fierrazo -que debía ser guante- y después no hubo mucho más.

Sí, por supuesto, pelea. La U dio pelea. Y esta noche de frío que congela, dejó la nostálgica seña de que estamos viviendo el último fuego de este equipo Bicampeón. El salto continental que hace décadas esperaba, pero también el final de un ciclo glorioso, que pronto tendrán que asumir otros líderes. ¿Cuándo volverá a tener la U un plantel con esta jerarquía? ¿Cómo se ficha un líbero como Williams Riveros, un mariscal hoy en cancha de River? ¿Cuántos jugadores más hay por fichar como César Inga y quién tendrá el ojo para encontrarlo?
Difícil saberlo. La U clasificó a la segunda ronda de la Copa -agosto se juega la llave- y acaba de ganar un millón de dólares más Solo por este sacrificio. Esa es la noticia. Sin embargo, mientras veo a tanta gente de Lima, Breña, Chiclayo, Arequipa, llorar de orgullo, sospecho que estos dos años vividos será muy difícil repetirlos.
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