En Ayacucho, hay tardes en que el aire se impregna de anís, leña y harina recién horneada. No se trata de un aroma de feria ni de cocina gourmet: proviene de los hornos de barrio, donde el pan chapla aún se amasa a mano y se hornea como hace generaciones.

A simple vista, este pan se muestra plano, redondo y sin pretensiones. Pero en esa sencillez se condensa una historia profunda: un pan moldeado por siglos de costumbre, por la memoria de los hogares y la capacidad de una tierra capaz de transformar el trigo foráneo en un símbolo propio.
Por eso, este artículo no se limita a ofrecer una receta: busca revelar lo que sobrevive, humeante, en cada bocado.
Origen y significado del pan chapla
Un pan andino con nombre quechua
En el corazón de Ayacucho, el pan chapla no solo se come: se recuerda, se comparte y se honra. Su nombre proviene del quechua local y significa “achatado”, una referencia directa a su forma plana y redondeada. Pero su historia va más allá de la apariencia.

Este pan serrano nació del encuentro de dos mundos: el europeo y el andino. Tras la llegada de los españoles, se introdujo el trigo y con él, nuevas formas de panificación. Una de ellas fue el pan pita, de origen árabe, cuya técnica fue adaptada por las comunidades locales para crear una versión propia, ajustada a sus ingredientes, gustos y clima.
De pan conventual a emblema popular
Los primeros registros del pan chapla aparecen durante el periodo colonial. Para el año 1734, ya existían ocho molinos de trigo activos en las riberas del río Huatatas, y más de cien panaderos organizados como gremio en Huamanga.
Con el tiempo, el pan chapla pasó de ser un producto conventual a convertirse en parte inseparable del desayuno y la merienda ayacuchana. Su elaboración, aunque sencilla, requería manos expertas y coordinación casi coreográfica. Se trabajaba en cuadrillas, cada quien con una tarea bien definida.
Entre los oficios tradicionales vinculados a su preparación destacan:
- Tanta camayoq: el maestro panadero, encargado del conocimiento y la guía.
- Astaq y suysuq: responsables de amasar y porcionar la masa.
- Chapuq y qaquq: quienes moldeaban y horneaban con precisión.
- Chiptiq, puñuchiq, churaq: encargados del empaquetado y despacho.
Este sistema, aún presente en panaderías tradicionales, refleja el valor comunitario y ritual del alimento. No se trata solo de hacer pan; se trata de perpetuar una forma de vida.
El alma de un pueblo en un pan
El pan chapla encarna una memoria colectiva. Durante las décadas de violencia que marcaron Ayacucho, su presencia en los mercados, en las loncheras escolares y en las mesas campesinas no se interrumpió. Panaderías emblemáticas como Bolívar mantuvieron la tradición, resistiendo no solo al paso del tiempo, sino también al miedo y al silencio.

Hoy, el chapla sigue vivo. No como un pan nostálgico, sino como un símbolo de identidad, resiliencia y orgullo de la sierra peruana. Cada bocado guarda el sabor de una tierra que supo transformar el trigo extranjero en alimento propio, sin perder la esencia que la define.
Cómo se prepara el pan chapla tradicional
Ingredientes que definen su esencia
La preparación del pan chapla comienza con una base sencilla y profundamente simbólica. Su receta tradicional incluye harina de trigo sin refinar, agua, sal, azúcar, anís, levadura y grasa vegetal o manteca. Sin embargo, no todos estos ingredientes tienen el mismo peso cultural.
Lo que realmente distingue a este pan es la infusión de anís, que se hierve para liberar su aroma y se mezcla con el agua y el azúcar antes de integrar el fermento. A esto se suma un ingrediente ancestral: el cunchu, una levadura artesanal obtenida de la chicha de jora fermentada. Su presencia, aunque cada vez menos común, aporta una nota ácida y densa que remite directamente a la panadería andina preindustrial.
Una técnica sin pretensiones, pero con carácter
El proceso tradicional no requiere tiempos largos de fermentación ni técnicas sofisticadas. Lo que sí exige es atención, ritmo y oficio. La masa se mezcla y amasa hasta que se vuelve tersa y flexible. Luego se deja reposar por intervalos breves, lo suficiente para relajar el gluten sin permitir un levado excesivo.
Tras una división precisa en porciones pequeñas —generalmente de unos 50 a 60 gramos—, se realizan breves reposos y el formado manual. El resultado: discos delgados de 12 a 15 centímetros, listos para el horno sin más complicaciones.

Este tipo de fermentación corta permite obtener un pan liviano pero compacto, ideal para su consumo inmediato y sin necesidad de conservación prolongada.
El horneado que otorga identidad
El pan chapla auténtico se cocina en hornos de leña o barro, los cuales otorgan:
- Un calor envolvente, ideal para cocción rápida y uniforme.
- Una corteza dorada, crujiente pero no seca.
- Un sabor ligeramente ahumado que marca la diferencia frente al chapla urbano o comercial.
La cocción dura entre 8 y 20 minutos, dependiendo del calor del horno. El objetivo no es inflar la masa, sino fijar su estructura, permitir el dorado exterior y sellar los aromas del anís.
Tradición que se adapta, pero no se rinde
Aunque hoy muchas panaderías emplean levadura seca y hornos eléctricos, algunas familias ayacuchanas mantienen viva la práctica ancestral. La diferencia no solo se percibe en el sabor, sino también en el gesto: un pan que se prepara con manos que recuerdan.

Así, el pan chapla continúa siendo más que un alimento: es una forma de resistencia cotidiana, un símbolo de comunidad y un sabor que, aunque sencillo, nunca se olvida.
Un sabor que permanece
Detrás de cada pan chapla hay una historia de encuentro, adaptación y resistencia. Desde sus raíces coloniales hasta su vigencia en las mesas ayacuchanas, este pan plano ha sabido conservar su carácter propio sin renunciar a su sencillez. El aroma del anís, la textura crujiente y la cocción en horno de barro siguen siendo parte de una práctica que, más allá de la receta, encarna una identidad.
Aprende a preparar el tradicional pan chapla
El origen de este pan es ayacuchano y es preparado con ingredientes fáciles de conseguir.
¿Quién puede resistirse a un pancito recién salido del horno? Más aun si se trata del famoso pan chapla de Ayacucho, el favorito de quienes aprecian su inconfundible sabor. Víctor Peralta, maestro panadero de D’Julia de MegaPlaza, nos enseña a prepararlo. ¡Presta atención!
Ingredientes (para 10 panes): 500 gramos de harina, 60 gramos de azúcar, 5 gramos de sal, 5 gramos de levadura fresca, 3 gramos de anís y 700 mililitros de agua.
Preparación: Mezcla los ingredientes secos en un bowl grande. Añade el agua de a pocos mientras se van mezclando los ingredientes, luego retira la masa del bowl. Amasa sobre la superficie de la mesa hasta que tenga una textura uniforme y consistente.
El secreto está en reposar la masa por 5 horas, después separa por porciones y déjala reposar 30 minutos. Llévalo al horno -a una temperatura de 200° aproximadamente- por siete minutos o hasta que el pan se encuentre bien doradito.
Retíralo del horno, deja que se enfríe y listo. ¡A disfrutar!