Desde que se hundió el RMS Titanic en 1912, su historia ha fascinado al mundo. Un símbolo de exceso y orgullo humano, la tragedia sigue generando mitos, exploraciones y, más de un siglo después, muertes. En junio de 2023, el sumergible experimental Titan, operado por la empresa OceanGate, implosionó en su descenso al naufragio, matando a sus cinco ocupantes. El documental de Netflix “Titan: The OceanGate Disaster”, dirigido por Mark Monroe, no se enfoca en lo morboso de la catástrofe, sino en lo que llevó a ella: una cadena de decisiones negligentes, advertencias ignoradas y una peligrosa fe en la innovación sin control.

Stockton Rush: genio, visionario… ¿o villano trágico?
La figura central del documental es Stockton Rush, CEO y cofundador de OceanGate. El documental lo presenta como el epítome del emprendedor moderno: carismático, desafiante, con una aversión casi ideológica a las regulaciones. Para Rush, la industria marítima estaba estancada en el pasado. Como él mismo declaró en una entrevista rescatada en el film: “Las regulaciones priorizan innecesariamente la seguridad del pasajero por encima de la innovación comercial”.
Este pensamiento no era retórica vacía. Rush llevó su visión a la práctica al construir un submarino cuya estructura de casco estaba hecha de fibra de carbono, un material jamás usado para inmersiones de esa profundidad (3.800 metros). Ingenieros y especialistas le advirtieron que ese material no resistiría la presión abisal del océano. Pero su respuesta fue persistente: avanzar a toda costa. Como documenta la película, muchos empleados que levantaron alarmas fueron despedidos o reemplazados por jóvenes inexpertos. Entre ellos destaca David Lochridge, exdirector de operaciones, quien no solo fue cesado sino demandado tras advertir sobre la falta de pruebas no destructivas del casco.
«Titan: The OceanGate Disaster» recreará, a través de un documental, lo sucedido con un sumergible que implosionó mientras bajaba en el mar para ver los restos del Titanic (Foto: Netflix)
Un desastre anunciado: los síntomas ignorados
Uno de los mayores aciertos del documental es cómo expone el deterioro progresivo del sumergible en expediciones previas. Gracias a grabaciones de misiones anteriores, se escuchan los ruidos de crujido y fractura de la fibra de carbono bajo presión, amplificados por micrófonos internos instalados con el propósito de advertir del peligro. En lugar de tratar estos signos como una señal de alerta, OceanGate los minimizó, alegando que el sumergible estaba “suficientemente bien”.
El film recupera también un episodio clave: una inmersión días antes de la tragedia terminó con el sub inclinándose peligrosamente 45°, provocando que los pasajeros chocaran contra las paredes internas. Aunque el incidente no tuvo víctimas, muestra la fragilidad estructural de la nave. En un momento especialmente revelador del documental, se ve a Rush celebrando un descenso que no alcanzó la profundidad prometida de 4.000 metros, exclamando: “Cerca suficiente”.
¿Exploración o espectáculo?
El documental se resiste a caer en el sensacionalismo —algo difícil dado el contexto viral del caso— y opta por un enfoque más reflexivo. Evita imágenes explícitas del colapso (no existen grabaciones del momento), y en su lugar se apoya en entrevistas a excolaboradores, periodistas, investigadores y expertos en ingeniería marítima. Varios testimonios coinciden en describir a Rush como alguien convencido de su genialidad, con un deseo ferviente de reconocimiento similar al de figuras como Elon Musk o Jeff Bezos, a quienes admiraba abiertamente.
El periodista Mark Harris, cuya investigación sostiene parte de la narrativa del film, señala que Rush deliberadamente evitó registrar el Titan bajo una bandera nacional o someterlo a inspecciones independientes, aprovechando los vacíos legales de aguas internacionales. Su apuesta fue arriesgada: bajar los costos, evitar regulaciones, y confiar en su instinto de inventor.
Una tragedia sin clímax
Pese a que el documental mantiene una línea narrativa envolvente —acentuada por una música original lúgubre compuesta por Andrew Skeet y Nathan Klein—, pierde algo de impulso hacia el final. Esto se debe, en parte, a que la historia ya es conocida: no hubo rescate ni giro inesperado. La implosión fue instantánea, tan rápida que los pasajeros no habrían sentido nada.
El film se centra principalmente en Rush y en el funcionamiento interno de OceanGate, dejando a los otros cuatro fallecidos en un plano casi secundario. Poco se dice sobre Hamish Harding, Paul-Henri Nargeolet, o la familia Dawood, salvo menciones de rutina. Esto puede sentirse como una omisión emocional, aunque también puede interpretarse como una decisión narrativa: el verdadero protagonista de esta historia no son las víctimas, sino la cultura de empresa que las llevó a ese final.
A la luz de los reportes técnicos y testimonios posteriores, lo expuesto en “Titan: The OceanGate Disaster” es veraz y fidedigno. Las alertas previas fueron reales. Los materiales eran inapropiados. El liderazgo de Rush fue imprudente. Todo esto está documentado no solo por el film, sino por investigaciones formales de la Guardia Costera de EE.UU. y reportajes de medios como People, Variety y The Atlantic.
Incluso se sabe que Rush ya había cometido errores en expediciones anteriores: casi atrapó otro sumergible en los restos del Andrea Doria. La insistencia en minimizar los riesgos llegó al punto de redactar contratos con los pasajeros donde se mencionaba la posibilidad de muerte varias veces en una sola página.

“En cierto momento, la seguridad es puro desperdicio”, dijo una vez Stockton Rush, fundador de OceanGate y uno de los que perdió la vida en el infortunio. (Getty Images).
Conclusión: una advertencia a gritos
Titan: “The OceanGate Disaster” no revoluciona el género documental, pero sí lo ejecuta con responsabilidad y un propósito claro: advertir. La historia de OceanGate no es solo una tragedia empresarial o tecnológica, es un ejemplo de lo que ocurre cuando el ego y la innovación se imponen sobre la prudencia.
No es casual que críticos hayan comparado esta historia con “Grizzly Man” de Werner Herzog: ambos casos muestran a hombres convencidos de dominar fuerzas que, en el fondo, nunca entendieron del todo. Uno se enfrentó a osos salvajes; el otro, a la presión aplastante del océano. Ambos terminaron consumidos por su arrogancia.
En un momento del documental, Rush afirma en tono de broma: “La suerte es el superpoder número uno”. Y lo fue… hasta que dejó de serlo. Cuando se navega tan cerca del borde del desastre, tarde o temprano, la suerte se acaba.
El documental ya está disponible en Netflix.